La crisis que vivimos actualmente
y de la que nadie parece tener una receta para salir tiene preocupantes
paralelismos con la que puso en jaque a toda la economía mundial en 1929. En
ambas, la avaricia y la sinrazón del ser humano, aplicada en el sector
financiero, han sido los causantes de sendos desastres. Misteriosamente, muchos
de esos directivos, brokers o
inversores que especularon con los ahorros de miles de personas, se encuentran
ahora con los bolsillos repletos de millones de dólares (y euros) a costa de
haber arruinado al sector bancario/financiero. Un sector que, por cierto,
recibió y seguirá recibiendo miles de millones en ayudas para evitar la
quiebra, y todo a costa del contribuyente.
Es curioso que tanto en 1929 como
en 2008, el epicentro y a la vez causa de todos los problemas haya sido el
sector financiero de EEUU, amparado por una clase política totalmente al
servicio de los lobbies y de las grandes empresas. Así, mientras que en la
década de los años 20 el presidente Hoover creía sin remordimientos en el
capitalismo puro, sin ningún tipo de regulación en el sector financiero, fue en
1981 cuando el presidente Reagan marcó con una línea roja en la historia el
principio del fin de 50 años marcados por una “paz financiera” con la desregulación
del sector. Sus sucesores, ya se llamen Clinton o Bush, no hicieron más que
profundizar en la desregulación que de nuevo llevaría a EEUU, y por contagio al
resto del mundo, al desastre económico.
El exceso de crédito fácil y la
especulación en el mercado de valores con acciones de grandes compañías cinematográficas
o automovilísticas empujaron a muchísima gente a invertir sus ahorros en bolsa
en los años 20, aunque no se tuviera ningún tipo de conocimiento económico para
hacerlo. De esta manera, EEUU se caracterizó como el país en el que se podía
pasar fácilmente de “mendigo a millonario”. Esta situación equivale al exceso
de crédito sobre el ladrillo que soportaron las economías desarrolladas a
partir de la década de los 90 y de los primeros años del siglo XXI después del
pinchazo de las “puntocom”, y sobre todo, del 11 de septiembre: todo el mundo
podía conseguir una hipoteca (eje prioritario en la política de George W. Bush).
Si nos trasladamos al otro lado del Atlántico, los bancos y cajas de ahorros
españoles, animaban a los particulares a adquirir enormes pero apetecibles préstamos
con los que cubrir la hipoteca, un turismo nuevo o unas vacaciones de ensueño,
aunque los adjudicatarios no tuvieran la capacidad económica para hacer frente
a los pagos determinados. En ambos casos, las burbujas creadas terminaron por “estallar”
con efectos similares, pese a haber una distancia de 80 años en el tiempo.
Los sentimientos y emociones
también han sido semejantes tanto antes como después de los colapsos
económicos. La euforia consumidora e inversora previa se transformó después en
miedo. La gente sacaba sus ahorros de los bancos, para depositarlo en sitios
más seguros, como por ejemplo, debajo del colchón de su cama. En la actualidad,
la fuga de depósitos que sufren algunos países de Europa como España o Grecia
contrasta con los atractivos que proporcionan entidades y activos financieros
de países considerados “seguros” como Alemania. Otro paralelismo es el excesivo
precio que asumen ciudadanos que no tomaron parte en todo el proceso destructivo
de la economía, y que pagan los platos rotos con la pérdida de empleos y subidas
bruscas de impuestos que ahogan la ansiada salida de la crisis.
En el caso de
la crack de 29, y a pesar del enorme plan de inversiones públicas que realizó
Roosevelt conocido como New Deal, la
salida de crisis la marcó la intensa actividad que provocó en las empresas
americanas la Segunda Guerra Mundial. Hoy, desconocemos qué vendrá después de
los grandes fracasos de inversiones públicas que han tenido lugar en Europa o Estados
Unidos.
Por su parte, las pymes también se
ven abocadas al desastre en este proceso. Éstas no pueden financiarse y por lo
tanto, no invierten para salir adelante, por lo que se ven obligadas al despido
para mantenerse a flote. Después, cae el consumo, y por consiguiente, los
ingresos que percibe el estado para elaborar políticas sociales. Por todo ello,
en ambas situaciones, se llegó a un común denominador: la pobreza. Realidad que
sufrió EEUU a lo largo de la Gran Depresión y que ahora se ceba con Europa, y
en concreto con países como España, que ve como su clase media se evapora
poco a poco junto con un aumento del número de personas que viven bajo el umbral de la pobreza.
Con todo ello, y una vez que la
crisis ha causado estragos en el estrato económico, es la clase política la que
se contagia de toda la incertidumbre causada por el cataclismo financiero para
convertirse también en una crisis política. Tanto en el 29 como en esta Gran Recesión,
la crisis se ha llevado por delante a muchos gobernantes, sin respetar el color
político. En ambas situaciones, la población miraba otros candidatos como los
posibles salvadores ante una situación tan adversa. Así ocurrió en EEUU con la
llegada de Roosevelt o en Europa con el ascenso de Hitler y otros personajes
que prometían devolver al pueblo lo que se había perdido. En el caso actual,
Zapatero, Brown, Berlusconi o Sarkozy han visto como la crisis les ha devorado
políticamente, pero con unos sucesores políticos que no han confirmado lo que
se esperaba de ellos. Obama tampoco ha estado a la altura de devolver el poderío
económico a EEUU, a pesar de haber realizado una reforma financiera que, según
los expertos, no servirá para contener nuevas especulaciones en el sector financiero.
Pero el verdadero problema estriba en que los fantasmas del pasado están más
vivos que nunca, sobre todo en Europa. Llegando a través de extremismos que encandilan
a la ciudadanía a través de mensajes populistas y xenófobos, señalando a la
inmigración o a la integración europea como problema de todos los males. En
Francia y Grecia, la extrema derecha tuvo un importante papel en las elecciones
de dichos países alcanzando un número de votos considerable como para pensar en
que los extremismos vuelven a tener el apoyo de determinados sectores de la
sociedad.
“Esto no pude estar pasando”. Es
la frase más común que hemos escuchado en los últimos años. Y a la vez, también
era la más repetida después de 1929. Todavía nos preguntamos cómo ha ocurrido y
quiénes son los culpables de una situación en la que el ser humano ha caído por
segunda vez. De lo que no cabe ninguna duda es que esta crisis ha puesto de
relieve una vez más los fallos del sistema que hoy gobierna el mundo. El
capitalismo, en su máxima naturaleza, es voraz y avaricioso, y ha destruido el
orden y el progreso que ha reinado en el planeta desde la Segunda Guerra
Mundial. Al parecer, el ser humano olvida muy rápido, y ese defecto parece ser
exactamente el mal que sufre el político americano. Y por eso, y por mucho que
nos empeñemos en que no sea así, volverá a llegar el día en el que el planeta
vuelva a sacudirse por los efectos de la especulación y de la codicia, a los que
indirectamente, incita el capitalismo.
Hola, he añadido tu blog entro los que sigo. Bastante interesante.
ResponderEliminarUn saludo
http://www.futbolfinlandes.com